sábado, 1 de noviembre de 2008

Si deseaba la destrucción era...

Si deseaba la destrucción era meramente para que este ojo pudiera extinguirse. Deseaba un terremoto o un cataclismo de la naturaleza que precipitara el faro en el mar. Deseaba una metamorfosis, convertirme en un pez, en un leviatán, en un destructor. Quería que la tierra se abriera y que lo tragara todo en un monstruoso bostezo. Quería ver la ciudad enterrada profundamente en el fondo del mar. Deseaba sentarme en una cueva y leer a la luz de la vela. Quería que se extinguiera ese ojo, para poder tener la oportunidad de conocer mi propio cuerpo, mi propio deseo. Quería estar sólo durante mil años para poder meditar en todo lo que había visto y oído… y para olvidar. Quería algo de la tierra que no fuera producto del hombre, algo totalmente divorciado del hombre del que estaba harto. Quería algo puramente terrestre y absolutamente despojado de la idea. Quería sentir la sangre fluir dentro de mis venas, aun al costo de la aniquilación. Quería expulsar de mi organismo la piedra y la luz. Quería la oscura fecundidad de la naturaleza, el pozo profundo de la matriz, silencio, o si no el lamido de las oscuras aguas de la muerte. Quería pertenecer a esa noche que iluminaba el ojo cruel… noche adornada con estrellas y colas de cometas. Pertenecer a una noche tan terriblemente silenciosa, tan acabadamente incomprensible y elocuente al mismo tiempo. No más piedad, no más ternura. Ser hombre pero a la manera terrestre, como una planta o como un gusano o como un arroyo. Ser descompuesto, desposeído de la luz y de la piedra, variable como la molécula, durable como el átomo, sin corazón como la tierra.

De Henry Miller. Fragmento de Trópico de Capricornio.

No hay comentarios: