jueves, 17 de septiembre de 2009

El monograma

Es temprano todavía en este mundo, me oyes
No han sido domesticados los monstruos, me oyes
Mi sangre perdida y el aguzado puñal
Que corre como carnero por los cielos
Y quiebra las ramas de las estrellas, me oyes
Soy yo, me oyes
Te amo, me oyes
Te tengo y te llevo y te visto
Con el blanco traje nupcial de Ofelia, me oyes
Dónde me dejas, adónde vas y quién, me oyes
Te toma de la mano por encima de los diluvios
Enormes lianas y lava de volcanes
Llegará el día, me oyes
En que nos entierren y miles de años después, me oyes
Nos convertirán en rocas brillantes, me oyes
Para que sobre ellas luzca la crueldad humana
Y en cinco mil añicos nos arrojará, me oyes
A las aguas uno-a-uno, me oyes
Mis amargos guijarros cuento, me oyes
Y es el tiempo una gran iglesia, me oyes
Donde a veces en las imágenes de los santos
Surgen lágrimas verdaderas, me oyes
Y las campanas abren en lo alto, me oyes
Un hondo pasaje que permita mi paso
Aguardan los ángeles con cirios y fúnebres salmos
No voy a ninguna parte, me oyes
O ninguno o los dos juntos, me oyes
Esta flor de la tormenta y, me oyes
Del amor
De una vez para siempre la cortamos, me oyes
Y no habrá de florecer de otra manera, me oyes
En otra tierra, en otra estrella, me oyes
No existe el suelo, no existe el mismo aire, me oyes
Que tocábamos, me oyes.
Y ningún jardinero tuvo la dicha en otros tiempos
Después de tanto invierno y tantos vientos fríos, me oyes
Que nazca una flor, sólo nosotros, me oyes
Levantamos toda una isla, me oyes
Con grutas y cabos y acantilados florecidos
Oye, oye
Quién habla a las aguas y quién llora - ¿oyes?
Quién busca al otro, quién grita - ¿oyes?
Soy yo que grito, soy yo que lloro, me oyes
Te amo, te amo, me oyes.

por Odiseas Elytis.

martes, 8 de septiembre de 2009

En las orillas de un sueño

En las orillas de un sueño viajo
tan sólo para encontrarme contigo
Pero si tú ya no me amas
por debajo de la tierra seguiré
hasta alcanzar las flores que me esperan
Qué desengaño, podré decir al cielo azul
Qué desengaño, me dirán todas las aguas.

Elicura Chihualaf.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Vere nuevos rostros...

Con el sol de los avellanos.

No creí nunca
Que vería brillar de nuevo a Venus
Sobre los techos lejanos del Regimiento
Ni que en la mañana
Reverdecieran los pasos de la infancia
Bajo esos pinos donde las ovejas lamen tiernamente el sol,
Ni que una voz adolescente
Me preguntara cómo se llaman las estrellas
A las que nunca me he preocupado de dar nombre.

Tú eres el mediodía misterioso
Del silencio de parque
Donde vemos luchar a un niño hace años con un ganso,
Allí el sol al abandonar los avellanos
Nos deja los relatos
De los muertos que amamos
Y se me reveló tu presencia
Con el mismo resplandor
Del hacha con que el amigo corta leña.

Alguien pasa silbando
Una canción que habla de nosotros.
Nunca me has preguntado qué será de nosotros:
Sólo me has preguntado el nombre de una estrella.

Junto a ti he sido quien debiera haber sido.

Jorge Teillier. De Los dominios perdidos.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Para celebrar una nueva era.

Yo Señor de la Lluvia
abro todas las aguas y las junto
sobre los viejos techos de tu reino
Yo Señor de los Vientos
me resuelvo entre todas las ruinas de tu ingenio
inútil como un gallo apachurrado y muerto
Yo Señor de la Hoguera
torno en aceite paja brea carbón de piedra
el corazón de tus hijos
los mejores
Yo canto Yo danzo Yo nombro las cosas
para que ya no seas
para que sólo seas
un pedazo de hielo bajo el sol.

Antonio Cisneros. De Como higuera en un campo de golf.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lectura.

Yo no hablo del sol, sino de la luna
que ilumina eternamente este poema
en donde una manada de niños corre perseguida por los lobos
y el verso entona un himno al pus.
Oh, amor impuro! Amor de las sílabas y de las letras
que destruyen el mundo, que lo alivian
de ser cierto, de estar ahí para nada,
como un arroyo
que no refleja mi imagen,
espejo del vampiro de aquel que, desde la página
va a chupar tu sangre, lector
y convertirla en lágrimas y en nada:
y a hacerte comulgar con el acero.

De Leopoldo María Panero.