domingo, 21 de octubre de 2007

sábado, 20 de octubre de 2007

Desenlace.

Yo vivo solo
al borde del agua. Sin esposa ni hijos.
He girado en torno a muchas posibilidades
para llegar a lo siguiente.

Una pequeña casa a la orilla de un agua siempre gris,
con las ventanas siempre abiertas
hacia el mar añejo. No elegimos estas cosas.

Mas somos lo que hemos hecho.
Sufrimos, los años pasan,
dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad

de cargar con algo. El amor es una piedra
que se asentó en el fondo del mar
bajo el agua gris. Ahora ya no le pido nada a

La poesía sino buenos sentimientos,
ni misericordia, ni fama, ni curación. Mujer silenciosa,
podemos sentarnos a mirar las aguas grises,

y en una vida inundada
por la mediocridad y la basura
vivir al modo de las rocas.

Voy a olvidar la sensibilidad,
olvidaré mi talento. Eso será más grande
y más difícil que lo que pasa por ser la vida.

De Derek Walcott.

El Jardín de Proserpina

Aquí, donde el mundo se acalla;
aquí, donde todas las aflicciones
se agolpan como olas exhaustas,
o como un tumulto de muertas corrientes
en un dudoso sueño de sueños.
Veo crecer las verdes campiñas
entre sembradores y labradores,
en tiempos de cosecha y en tiempos de ciega;
un dormido mundo de arroyos.

Cansado estoy de la alegría y la tristeza,
de los hombres que ríen y lloran,
y el destino que aguarda a sus cosechas.
Los días y las horas me fastidian,
marchitos capullos de flores estériles,
y también los anhelos, poderes y deseos;
dormir, solo quiero dormir.

Aquí la vida es vecina de la muerte;
lejos de la vista y el oído, en otras regiones,
resuena el sollozo de las olas y de los vientos
empujando al espíritu en frágiles embarcaciones.
A la deriva, sin rumbo fijo.
Mas aquí, del otro lado del mundo,
donde nada florece,
esos vientos no soplan.

Aquí no brotan hierbas ni malezas;
no hay brezos ni vid;
entre débiles juncos donde las hojas no crecen,
sólo mustios capullos de amapola,
verdes racimos de Proserpina,
para que ella exprima su vino mortal
y lo entregue a los muertos.

Pálidos, innumerables, sin nombre,
inclinándose en sombríos campos de mieses
durante toda la noche,
esos muertos, como almas tardías,
no acunadas en cielo o infierno alguno,
abatidas por la neblina y la tiniebla,
buscan el brillo de una luz
que los aleje para siempre de las sombras.

Mas por fuerte que sea nuestra vida,
también algún día habremos de morir.
Y no seremos ángeles, si ascendemos al cielo,
ni sufriremos dolores, si caemos al infierno.
Pero la belleza que hay en nosotros
habrá de nublarse hasta perecer
y nuestro amor, ya en reposo, tocará su fin.

Allí está ella, detrás de atrios y pórticos,
coronada de yermas hojas,
recogiendo toda cosa mortal
que llegue hasta sus frías e inmortales manos.
Allí está ella, temida por el amor
a quien supera en dulzura,
acercando sus labios
a tantos hombres de tierras y tiempos diversos.

A la espera de todos nosotros,
nacidos para morir,
ella nos hace olvidar esta tierra, nuestra madre,
y la vida de los frutos y las mieses.
La primavera, las semillas y las golondrinas
emprenden vuelo y la siguen,
allí donde el canto del verano se ahueca
y la vida se aleja.

Allá van los amores marchitos,
los viejos amores con sus alas cansadas,
y los años perdidos y las cosas deshechas.
Moribundos sueños de inhóspitos días,
ciegos capuchos arrancados por la nieve,
hojas salvajes arrastradas por el viento,
sangrientos extravíos de arruinadas primaveras.

Ni las tristezas ni las alegrías son seguras;
el presente ha de morir en el mañana
y nada hay que pueda doblegar el señorío del tiempo.
El corazón, decaído y displicente, suspira acongojado;
sus ojos abatidos y olvidadizos
gimen la brevedad del amor.

Por grande que sea nuestro apego a la vida,
buscamos liberarnos de esperanzas y temores;
por eso agradecemos a los dioses,
no importa quiénes sean,
que la vida no dure para siempre,
que nada perturbe el dormir de los muertos,
que hasta el rió menos generoso
haya siempre de retornar al mar.

Porque entonces no habrá estrellas ni soles
ni cambios de luz que puedan despertarnos;
no habrá agua que se agiten tumultuosamente
ni sonidos ni visiones;
tampoco habrá días, estaciones, o seres luminosos;
sólo un eterno sueño
en una eterna noche.

De Charles Swinburne.
Traducción de Armando Roa Vial.

domingo, 7 de octubre de 2007

Este es el confín.

Ya ves que este es el confín,

Ya ves que aquí acaba este mundo,

Que la ruta ha terminado en este sitio

Bajo el abismo de un cielo

De sangre vertiginosa,

Ya ves no queda otra esperanza,

Cuando en este ultimo horizonte

Naufraguemos mar adentro.

viernes, 5 de octubre de 2007

1'04"

H: En la soledad, en el silencio, en la luz, el hombre se carga
de energía mental, que luego disipa en sus relaciones con
el prójimo. Indiferente, perfecto y redondo, el mundo ha
conservado el recuerdo de su origen común. Fragmentos de
mundo aparecen, desaparecen, aparecen denuevo.

M: Más allá del blanco está la muerte
y la separación de los cuerpos;
entre las partículas en carne viva
acabo mi trayectoria emocional.

H: La vida es perfecta, la vida es redonda;
es una nueva historia del mundo.

M: En el universo subatómico
ya no hay topologías
y el espíritu encuentra una morada
en el fondo de una fisura cuántica,
el universo se hace un ovillo
en un universo patético,
en la ruptura de la simetría,
en el esplendor de lo idéntico.

H: Todo aparece y brilla con una luz insoportable, nos hemos
convertido en seres semejantes a dioses.

M: En el universo subatómico
ya no hay topologías
y el espíritu encuentra una morada
en el fondo de una fisura cuántica,
el universo se hace un ovillo
en un universo patético,
en la ruptura de la simetría,
en el esplendor de lo idéntico.

H: Todo aparece y brilla con una luz insoportable, nos hemos
convertido en seres semejantes a dioses.

de Michel Houellebecq.

La Muerte del Príncipe.

¿Por qué no será todo una verdad enteramente diferente, sin dioses, ni hombres, ni razones? ¿Por qué no ha de ser todo algo que ni siquiera podemos concebir que no concebimos: un misterio totalmente de otro mundo? ¿Por qué no hemos de ser nosotros —hombres, dioses y mundo— sueños que alguien sueña, pensamientos que alguien piensa, puestos siempre fuera de lo que existe? ¿Y por qué no ha de ser ese alguien que sueña o piensa alguien que no sueña ni piensa, súbdito él mismo del abismo y de la ficción? ¿Por qué no ha de ser todo otra cosa, y ninguna cosa, y lo que no es la única cosa que existe? ¿En qué parte estoy que veo esto como algo que puede ser? ¿Por qué puente paso, que por debajo de mí, que estoy tan alto, están las luces de todas las ciudades del mundo y del otro mundo, y las nubes de las verdades deshechas que flotan encima y todas ellas buscan, como si buscasen lo que puede abarcarse?
Tengo miedo sin sueño, y estoy viendo sin saber lo que veo. Hay grandes planicies todo alrededor, y ríos a lo lejos, y montañas... Pero al mismo tiempo no hay nada de esto, y estoy con el principio de los dioses y con un gran horror de partir o de quedarme, y de dónde estar y de qué ser. Y también este cuarto donde te oigo mirarme es algo que conozco y que parece que veo; y todas estas cosas están juntas, y están separadas, y ninguna de ellas es lo que es otra cosa que estoy viendo si veo.
¿Para qué me han dado un reino que tener si no he de tener mejor reino que esta hora en que estoy entre lo que no he sido y lo que no seré?

Estética del Artificio

La vida perjudica a la expresión de la vida. Si yo viviese un gran amor, nunca lo podría contar.
Yo mismo no sé si este yo, que os expongo, en estas sinuosas páginas, realmente existe o tan solo es un concepto estético y falso que he formado de mí mismo. Me vivo estéticamente en otro. He esculpido mi vida como una estatua de materia ajena a mi ser. A veces no me reconozco, tan exterior a mí mismo me he puesto, y tan de un modo puramente artístico he empleado mi conciencia de mí mismo. ¿Quién soy por detrás de esta irrealidad? No lo sé. Debo de ser alguien. Y si no trato de vivir, de actuar, de sentir, es —creedme bien— para no perturbar las líneas artificiales de mi personalidad supuesta. Quiero ser tal cual he querido ser y no soy. Si cediese, me destruiría. Quiero ser una obra de arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo. Por eso me he esculpido con tranquilidad y enajenación me he colocado en una estufa, lejos de los aires frescos y de as luces francas— donde mi artificialidad, flor absurda, florezca en retirada belleza.
Pienso a veces en lo bello que sería poder, [...] mis sueños, crearme una vida continua, que se sucede, dentro del transcurrir de días enteros, con invitados imaginarios, con gente creada, e ir viviendo, sufriendo, gozando esa vida falsa. Allí me sucederían desgracias; grandes alegrías caerían sobre mí. Y nada mío sería real. Pero tendría todo una lógica soberbia, seria, sería todo según un ritmo de voluptuosa falsedad, y sucedería todo en una ciudad hecha de mi alma, perdida hasta el andén de un tren tranquilo, muy lejos dentro de mí, muy lejos... Y todo claro, inevitable, como en la vida exterior, pero estética de Muerte del Sol.

de Fernando Pessoa.

Intervalo

Esta hora horrorosa que disminuya para posible o crezca para mortal.
Que la mañana nunca raye, y que yo y esta alcoba entera, y su atmósfera interior a la que pertenezco, todo se espiritualice en Noche, se absolutice en Tiniebla, y no quede de mí una sombra que manche de mi recuerdo lo que quiera que sea /que no muera/.

de Fernando Pessoa.