lunes, 2 de febrero de 2009

La destrucción de la idea de sí

Has venido, pues, a esta casa para destruir.
¿Qué has destruido en mí?
Has destruido, simplemente
–con toda mi vida pasada-
la idea que he tenido siempre de mi mismo.
Si hace mucho tiempo, pues,
que he asumido la forma que debía asumir
y mi figura era, en cierto modo, prefecta,
¿qué me queda, ahora?
Nada veo que pueda reintegrarme
a mi identidad. Te miro: no me oyes
con imparcialidad –porque no te divides en partes–
sino con sumisión –porque te das integro a cada uno.
Sin embargo, ¿cómo puede ser tan dura tu presencia consoladora
al extremo de manifestar casi una clara voluntad de desapego?
¿De que sirve consolarme si tú, queriéndolo,
podrías demorar, quizá para siempre,
tu partida? Pero has de partir:
acerca de esto no hay la menor duda.
Tu piedad está, pues, subordinada
a algún otro designio misterioso.
¿Acaso quieres decirme (sin hablar, simplemente
a través del hecho de que eres un muchacho)
que podrías ser reemplazado, ya sea
por mi hijo o por mi hija?
Propuesta totalmente insensata (preordenada,
acaso, por alguna oscura voluntad mía)
y sin embargo justa si, aunque realizada
(el miembro desnudo de mi hijo, la vulva desnuda de mi hija),
sólo fuera el símbolo: y si a través de ella
me exhortabas a la perdición más total,
a desquiciar la vida de sí misma,
a mantenerla de una vez por todas
fuera del orden y del mañana,
haciendo de todo esto la única normalidad real.
¿Quizá porque quien te ha amado debe
(como el resto de todos los hombres, quién no lo sabe)
poder reconocer a toda costa la vida,
en cada momento? ¿Reconocerla y no tan sólo
conocerla, o apenas vivirla?
¿Soy –dices generosamente, empleando mi trivial
lenguaje burgués–
las excepciones más impensables,
más intolerables, más alejadas de la posibilidad
de ser concebidas y nombradas,
las que se presentan como los medios más eficaces
para reconocer la vida?
¿Excepciones que, sin embargo,
no pueden ser sino símbolos
–si en la realidad, como toda cosa real,
están hechas de nada y destinadas a nada?

De Pier Paolo Pasolini. Teorema.

No hay comentarios: