miércoles, 29 de abril de 2009


Mona Kuhn

Oración del desamparo

¿Señor por que todo este dolor?
Dicen los otros
sobre las asoladas islas del averno,
señor donde esta el hogar que prometiste,
ya vagamos encendidos
por la fiebre de las tierras más odiadas,
entre mares oscuros
que se ocultan a la noche.

¿Señor por que todo este dolor
en la sangre de mi raza?,
ahora pregunto.
Ya el cansancio es nuestro pan
y la fe nos abandona
entre tempestades y horizonte.

Es tierra del fuego, dicen,
el fin del mundo
y los ojos cansados
no ven más que desierto.

Adonde hemos de partir ahora
que el rumbo se ha deshecho,
adonde parirán sus hijos las mujeres
si la sal ha penetrado el vientre.

No es este nuestro tiempo,
seria una respuesta
o acaso este el confín.

Eco y Abismo

Me he creado eco y abismo, pensando. Me he multiplicado profundizándome. El más pequeño episodio —una alteración que sale de la luz, la caída enrollada de una hoja seca, el pétalo que se despega amarillecido, la voz del otro lado del muro o los pasos de quien la dice junto a los de quien la debe escuchar, el portón entreabierto de la quinta vieja, el patio que se abre con un arco de las casas aglomeradas a la luz de la luna—, todas estas cosas, que no me pertenecen, me prenden la meditación sensible con lazos de resonancia y de añoranza. En cada una de esas sensaciones soy otro, me renuevo dolorosamente en cada impresión indefinida.
Vivo de impresiones que no me pertenecen, perdulario de renuncias, otro en el modo como soy yo.

Fernando Pessoa. Libro del Desasosiego.

lunes, 20 de abril de 2009

La poesía es una fuerza destructiva

La desgracia es
no tener en verdad nada.
Es tener o nada.

Es algo para tener,
un león, un toro en su pecho,
sentirla respirar allí.

El corazón, perro fornido,
toro joven, oso rabiando,
prueba la sangre de ellos, no la escupe.

Es como un hombre
en el cuerpo de una bestia violenta.
Sus músculos son los de él…

Wallace Stevens.

El hombre de nieve

Se debe poseer un espíritu de invierno
para observar la escarcha y las ramas
de los pinos encostrados de nieve;

y haber tenido frío durante largo tiempo
para contemplar los enebros erizados de hielo,
los rudos abetos en el distante resplandor

del sol de enero; y no pensar
en ningún dolor en el sonido del viento,
en el rumor de unas pocas hojas,

que es la voz de la tierra
llena del mismo viento
que sopla en el mismo desnudo paraje

para el que escucha, el que escucha en la nieve,
y, nada en sí mismo, contempla
esa nada que no está allí y la nada que está.

Wallace Stevens