martes, 21 de julio de 2009

Lo llamaré P.

Lo llamaré P., el pavo real práctico, y por unos momentos voy a verlo todo con sus ojos.
P. quiere demoler todos los cementerios, le quitan demasiado espacio.
P. quiere destruir todos los archivos para que nadie sepa quién vivió antes.
P. suprime la clase de Historia.
P. no sabe bien qué hay que hacer con los apellidos, mantienen despierta la idea de los padres, abuelos y otros muertos por el estilo.
P. no tiene nada contra las herencias, se trata de cosas de utilidad, pero no deben estar relacionadas con los nombres de sus antiguos dueños.
P. va más allá todavía que el filósofo chino Mo-Tse: está en contra de los entierros en general y no solamente en contra de la pompa de que van acompañados.
P. quiere la Tierra para los vivos; ¡fuera muertos! Incluso la Luna, monda y lironda, le resulta demasiado buena para ellos; pero a modo de transición podría emplearse este satélite como cementerio. Todo lo que está muerto es lanzado de vez en cuando a la Luna. La Luna como estercolero y cementerio. ¿Monumentos? ¿Para qué? Desfiguran plazas y calles. P. odia a los muertos; el lugar que ellos cogen; se extienden por todas partes.
P. tiene solamente amadas jóvenes. A los primeros signos de debilitación las echa.
P. dice: «¿Fidelidad?». La fidelidad es peligrosa, termina entre los muertos.
P. va por donde puede precedido por un buen ejemplo e inventa formas de crueldad que ponen los pelos de punta.
P. censura un periódico: así tendría que ser. Sin esquelas mortuorias, sin notas necrológicas.

P. que es muy rico, compra todas las momias y las aniquila públicamente y con sus propias manos.
P. sin embargo, no es partidario de matar, sólo es partidario de matar a los muertos.
P. escribe una nueva Biblia adaptando la antigua a lo que él considera las finalidades modernas. Se interesa también por otros libros sagrados y los expurga todos según sus concepciones.
P. se viste de manera que nunca recuerde a los muertos.
P. no se permite que en su casa haya ningún objeto cuyo origen sea conocido por los muertos.

P. destruye todas las cartas y fotografías de personas muertas en el momento mismo de morir éstas.
P. inventa un arte de olvidar que tiene gran eficacia.
P. no visita a los enfermos más que cuando ya están curados. Para los moribundos hay lugares secretos que nadie conoce o personas encargadas de cuidarse de ellos.
P. opina que nuestro trato con los animales es como debe ser. Es sólo lo que se hace con animales domésticos muertos lo que él rechaza y combate.
P. reclama una reeducación de los médicos.
Las especiales oraciones de P. Hay rasgos en Dios que él aprueba. A Cristo lo toma por un farsante.
P. anda de otra manera, como si no supiera nada de muertos.
P. está convencido de que la mirada de un muerto nos deja apestados para siempre y de que jamás vamos a curarnos de esta peste.
P. asegura que no envejecerá nunca porque hace caso omiso de los muertos.

Elías Canetti. La provincia del hombre.

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