sábado, 22 de noviembre de 2008

Terris Babel

La Babel

La forma del mundo era un gran plato
Girando en las aguas de los días.
Al centro del mundo estaba La Babel
Con todas sus espinas apuntando al cielo.

En el centro de La Babel estaría Dios
Un gigantesco ojo siempre abierto
Vigilando a la forma del mundo,
Ese gran plato girando hacia la noche.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Corazón mío, ¿Qué nos importan …?

Corazón mío, ¿Qué nos importan las capas de sangre y de brazas, y los mil crímenes, y los interminables gritos de rabia, esos llantos de cualquier infierno que derriban cualquier orden, y el Alquilón gimiendo aún sobre las ruinas, y venganza alguna? ¡Nada!... Mas, sí, a pesar de todo, ¡la deseamos! Industriales, príncipes, senados, ¡pereced! ¡Abajo el poder, la justicia, la historia! No lo debéis. ¡Sangre! ¡Sangre! ¡La llama dorada!

¡Espíritu mío, ejercítate en la guerra, en la venganza y el terror! Retorzámonos cuando nos muerdan: ¡Ah, pasad ya, repúblicas de este mundo! ¡Basta de emperadores, basta de regimientos, de colonos y de pueblos!

¿Quién revivirá los violentos torbellinos de fuego sino nosotros y aquellos que creemos hermanos? ¡Venid! Novelescos amigos: esto va a gustarnos. ¡Jamás trabajaremos, oh oleajes de fuegos!

Europa, Asia, América, desapareced de una vez. Nuestra marcha vengativa lo ha ocupado todo, ¡ciudades y campos! ¡Ah, nos aplastarán! ¡Estallarán los volcanes! Y el océano herido…

¡Oh, amigos míos! Corazón, te lo aseguro, son hermanos. Negros desconocidos: ¡si nos decidiéramos! ¡Vamos¡ ¡Vamos¡ ¡Maldición! Tiemblo al sentir que la vieja tierra se derrumba sobre mí, ¡cada vez más a vuestro lado!

De Arthur Rimbaud.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Al Silencio.

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera,
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

De Gonzalo Rojas.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Con uds. Henry Miller

Si deseaba la destrucción era...

Si deseaba la destrucción era meramente para que este ojo pudiera extinguirse. Deseaba un terremoto o un cataclismo de la naturaleza que precipitara el faro en el mar. Deseaba una metamorfosis, convertirme en un pez, en un leviatán, en un destructor. Quería que la tierra se abriera y que lo tragara todo en un monstruoso bostezo. Quería ver la ciudad enterrada profundamente en el fondo del mar. Deseaba sentarme en una cueva y leer a la luz de la vela. Quería que se extinguiera ese ojo, para poder tener la oportunidad de conocer mi propio cuerpo, mi propio deseo. Quería estar sólo durante mil años para poder meditar en todo lo que había visto y oído… y para olvidar. Quería algo de la tierra que no fuera producto del hombre, algo totalmente divorciado del hombre del que estaba harto. Quería algo puramente terrestre y absolutamente despojado de la idea. Quería sentir la sangre fluir dentro de mis venas, aun al costo de la aniquilación. Quería expulsar de mi organismo la piedra y la luz. Quería la oscura fecundidad de la naturaleza, el pozo profundo de la matriz, silencio, o si no el lamido de las oscuras aguas de la muerte. Quería pertenecer a esa noche que iluminaba el ojo cruel… noche adornada con estrellas y colas de cometas. Pertenecer a una noche tan terriblemente silenciosa, tan acabadamente incomprensible y elocuente al mismo tiempo. No más piedad, no más ternura. Ser hombre pero a la manera terrestre, como una planta o como un gusano o como un arroyo. Ser descompuesto, desposeído de la luz y de la piedra, variable como la molécula, durable como el átomo, sin corazón como la tierra.

De Henry Miller. Fragmento de Trópico de Capricornio.

En este momento...

En este momento todo es claro para mí, es claro que en esta lógica no hay redención, siendo la ciudad misma la más alta locura y todas y cada una de sus partes, orgánica e inorgánica, una expresión de esa misma locura. Me siento absurdo y humildemente grande, no como un megalómano, sino como una espora humana, como la esponja muerta de la vida, hinchada hasta la saturación. Ya no miro a los ojos de la mujer que tengo entre los brazos, sino que me dejo llevar a través de su cabeza y brazos y piernas, y veo que detrás de las órbitas de los ojos hay una región inexplorada, el mundo de las cosas futuras, y en ese mundo no hay la menor lógica, sólo la tranquila germinación de los sucesos que no se interrumpen ni de día ni de noche, por el ayer ni el mañana. El ojo acostumbrado a concentrarse sobre los puntos del espacio se concentra ahora en los puntos del tiempo; el ojo ve a voluntad para adelante y para atrás. El ojo que era el yo de sí mismo, ya no existe; ese ojo liberado de sí mismo ni revela ni ilumina. Corre a lo largo de la línea del horizonte, viajero eterno y ciego.

De Henry Miller. Fragmento de Trópico de Capricornio